APRENDER A DECIR NO

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Miras el móvil, tienes un mensaje nuevo, lo abres y lees “Oye, te espero donde hablamos en una hora”.

Das un salto, no te habías acordado, habías dicho que sí a ese plan que ya te parecía poco interesante hace una semana y que ahora mismo te apetece lo mismo que sumergir tus manos en lava volcánica.

Esto, por desgracia, es algo que nos ha ocurrido a todos los seres humanos en alguna ocasión y, a algunos, incluso les seguirá pasando después de leer este texto.

Y, ¿Por qué una persona iba a decir que sí a algo que realmente no le apetece hacer?

Hay múltiples respuestas a esta pregunta.

Una puede ser el FOMO (Fear Of Missing Out) que no es otra cosa que decir que sí o aceptar algo por miedo a dejar escapar la oportunidad, aunque también podría adecuarse a esas personas que dicen que no a todo esperando la oportunidad correcta, pero este tema en concreto lo tocaremos en una newsletter posterior porque da para un libro.

Es un poco aquello de, ¿Y si no voy a ese evento y resulta que es el evento del año? ¿Y si no hago ese máster/curso y luego me hace falta para ese puesto de trabajo deseado? ¿Y si digo que no a ese viaje y luego tengo ganas y no hay plazas?

Con el FOMO juegan contigo constantemente, desde Amazon hasta Tinder. Pero ya te hablaré de ello.

Después hay personas que no saben decir que no simplemente por educación. Se han criado en un entorno en el que decir que no a alguien era una falta de educación, no voy a decir que sea un entorno sumiso, pero sí uno donde ha existido una fuerte imposición del bienestar del prójimo sobre el suyo propio.

Todos, o eso creo, hemos conocido a esa persona que nos ha explicado lo poco que le apetecía el plan al que había dicho que sí, le preguntábamos que por qué lo había aceptado entonces, y su respuesta era algo como “es que me daba cosa/vergüenza/miedo decir que no”.

Y luego están los que dicen que sí por conveniencia. Esa cita con alguien que no te gusta, pero que es cercano a alguien que te interesa conocer, ese evento que es un muermo, pero al que necesitas ir para salir en la foto, o ese plan que aceptas para que conste que te deben un favor.

En algún momento de nuestras vidas hemos sido (o seguimos siendo) una de esas tres personas, incluso las tres a la vez, y lo peor de todo es que creemos y sentimos que somos libres en nuestras decisiones al decir sí a cada uno de esos planes, pero realmente pesaba en nosotros una carga cultural y educacional de la que no éramos conscientes.

Convertirnos en una máquina de decir sí a todo puede hacernos caer en una espiral muy peligrosa, además de ser señales de emergencia que nos envía nuestro inconsciente.

Solo recuerda aquella obra maestra de Jim Carrey, “Sí, señor” en la que tenía que decir que sí a todo los que se le propusiera, graciosa, sí, pero por desgracia representa la vida real de mucha gente que conozco.

Puede ser que nos sintamos frágiles, inseguros y con una tremenda necesidad de quedar bien delante de la otra persona puesto que reforzamos nuestra imagen frente a ella diciendo que sí a sus peticiones, de esa manera pensará que “somos buena gente”.

Esto puede hacer crecer una bola de nieve que no sepamos parar si se hace excesivamente grande, empezaremos a vivir la vida de otras personas en vez de la nuestra y sufriremos de una despersonalización tremenda y en algún momento de nuestra vida, nos pararemos, miraremos a nuestro alrededor y pensaremos “¿Cómo he llegado hasta aquí?”

Para evitar caer en esa pregunta que quema más que la lava volcánica de la que te hablaba antes, podemos seguir el consejo de Derek Sivers, escritor y emprendedor estadounidense.

La teoría del “Hell Yeah!”, que en un giro un poco chabacano traduciría como ¡Joder, sí!

Es una teoría simple, pero con el tiempo he aprendido que las teorías y técnicas más simples son las que mejor funcionan.

Hell Yeah! No es otra cosa que, cuando te propongan algo, si en tu cabeza no viene automáticamente la expresión ¡Joder, sí!, deséchala, di educadamente no, y sigue tu camino.

Y, ojo, he dicho que escuches ¡Joder, sí!, no un “No está mal”, “Bueno, podría estar bien”, he dicho ¡Joder, sí! Y no ningún derivado que pueda devolvernos nuestra mente complaciente.

Si acatamos estas fáciles instrucciones puedo asegurarte de que:

  • No vas a estar al lado de gente con la que no quieres estar.
  • No vas a vivir ese incómodo momento en el que tu mente, en un momento de lucidez te pregunta “¿Qué hacemos aquí?”
  • Vas a disfrutar y llevarte aprendizajes que no hubieras conseguido de otra manera ya que, al decir que sí a proposiciones que realmente te llenan, estarás tan dentro de la experiencia que no desconectarás durante toda ella.
  • Cada vez vas a perfeccionar más a qué clase de proposiciones decir que sí y a cuáles no, porque iras afinando qué es lo que realmente te motiva y qué es lo que no soportas.
  • Vas a ganar en autoestima. Al ver que tienes el mando de tu vida y de tus decisiones vas a sentirte con mucha más confianza y esos noes que parecían una falta de respeto los darás más a menudo y de una manera más afinada.

Y el ¡Joder, sí! Vale para todo.

¿Tienes ganas de seguir viendo esa serie que te lleva aburriendo los últimos capítulos? ¿Y ese libro que comenzaste pero que ya lees de inercia? ¿Quedar con ese grupo de gente de los fines de semana? ¿Estar en ese trabajo 5 años más? ¿Seguir con la carrera?

Te recomiendo que comiences a practicarlo cuanto antes.

Esto suena a charla de gurú de baratillo, pero intenta durante un par de semanas decir que no a un par de proposiciones de las que no pienses ¡Joder, sí!, si hace falta con un no seco y rotundo, pero hazlo, es como agarrar firmemente un volante de un coche que iba dando zig zags por la carretera.