IMITA, NO PIERDAS EL TIEMPO.

TIEMPO PROMEDIO DE LECTURA: 4 minutos

Tenía 16 años, en la disco sonaba una canción de Sonique (It feels so Good) y aquel verano fue el primero que nos íbamos sin control parental a la playa.

Yo no tenía cara de friki (aunque si me veo ahora probablemente no pensaría lo mismo) ni tenía nada destacable físicamente que, para bien o para mal, echara para atrás, y eso era algo a tener en cuenta como positivo cuando eres un púber rodeado de otros púberes sin pelos en la lengua.

Pero sí venía de un comienzo de madurez retrasado respecto a mis compañeros, ya sabes, ese compañero que con 15 años ya parece un escolta de los Toronto Raptors y la barba más cerrada que la de un príncipe saudita.

Esos chicos eran los que envidiábamos de pequeños porque esa pronta madurez les hacía tener más seguridad a la hora del arte de ligoteo adolescente. Como digo, no era mi caso, a lo que se unía además una introversión de la que nunca sabe uno si fue antes el huevo o la gallina.

El caso es que ahí me encontraba yo, a primera hora de la noche, con un vodka con naranja, sin quitarle ojo a una chica que me había parecido hermosa. Por supuesto, me quedé encaramado en mi zona de seguridad durante las horas siguientes, sin dar un solo paso hacía ella. Algunos candidatos lo intentaron, pero fueron rechazados, entonces pensé “¿Qué haría mi amigo Sergio?”.

Sergio era un chico de madurez temprana como el que comentaba antes, él, con esa seguridad que le había dado el cambio físico, se acercaba a la chica que le gustaba, le daba en el hombro, le cogía de la mano y le hacía dar una vuelta sobre sí misma al ritmo de la música.

Era su modus operandi, se lo había visto hacer en multitud de ocasiones en nuestras escapadas a discotecas light (para chavales) de nuestra ciudad.

Entonces me dije, “Seré Sergio”. Dejé la copa, miré a los amigos que me acompañaban, ellos no sabían lo que iba a hacer, y entonces todo comenzó a moverse a cámara lenta como en las películas americanas, esquivé a dos borrachos, le toqué en el hombro, aunque por la cara de las amigas que ya me habían visto llegar creo que ya se esperaba algo, se dio la vuelta, le cogí la mano y, acto seguido, note la palma de su mano tocando mi imberbe cara en un gesto tan rápido que el mismísimo Jackie Chan estaría orgulloso, mandando mi autoestima al suelo.

Me mantuve de pie, me di la vuelta y volví a mi puesto inicial mientras veía a mis amigos tirados en el suelo riendo.

Esto que pasó por mi mente fue una modelización de comportamiento, intenté imitar el comportamiento de una referencia para mi buscando sus mismos resultados.

El aprendizaje por modelado tiene múltiples variantes, pero es una técnica que me ha servido a mí y a muchos otros genios (no, no me llamo genio) durante toda la historia.

Imitar no es solo una forma de elogio indirecto (nadie imita a un mediocre), si no que es parte vital de nuestro aprendizaje desde que somos niños y una manera perfecta de reaccionar a situaciones en las que nos encontramos perdidos o sin saber actuar.

Van Gogh imitaba a Millet, un artista que admiraba, Picasso lo hacía con Manet, Steve Jobs estaba obsesionado con diseñar bien incluso las partes que no se veían de sus ordenadores porque es lo que hacía su padre con los muebles que fabricaba, o Messi imitaba incluso los movimientos del que era su ídolo de la infancia Pablo Aimar.

El modelado de comportamiento puede ser incluso motivador, en un intento de superar al imitado.

Jason Khalipa, campeón de los Crossfit Games en 2008, tenía una frase en la pizarra de su gimnasio que decía “What´s doing Rich?”. Rich Froning era el campeón imbatido desde 2012 a 2014 y todo el mundo quería superarlo. Jason decía que cada vez que se sentía sin fuerzas leía esa frase y volvía al entreno. Era un referente para él y había que imitarlo para intentar ganarle siendo él mismo.

¿Cómo uso la modelización en mi caso?

Lo uso mucho en mi día a día en muchos planos y situaciones.

La manera más sencilla de usarlo es comparando tus estándares con los de tus referentes. ¿A qué me refiero?

Por ejemplo, si estoy haciendo un proyecto en el trabajo y no sé si esta a la altura de lo que se espera de él, pienso en cómo lo haría o qué pensaría de él mi persona referente en esa área, ya sea un compañero de trabajo al que tenga bien valorado, un jefe exigente o alguien conocido que admire.

Directamente me pregunto “¿Qué pensaría de este trabajo (inserte el nombre aquí)?”

Me gustaba mucho ver cómo Steve Jobs presentaba los productos de Apple, una mezcla de ingenio, humor y presentaciones minimalistas. En una ocasión tuve que dar una charla bastante importante para mi y pensé “¿Cómo daría esta charla Jobs?”, y fui a los vídeos de sus presentaciones, copié su manera de moverse, su ritmo de presentación y el estilo de sus diapositivas, realmente no era yo el que estaba dando esa charla, mi yo estaba escondido nervioso en una esquina, pero era “Jobs” el que hablaba por mí.

Esto vale a la hora de hacer una entrevista, tener que ir a reclamar a mi banco, negociar mi salario o ligar en una disco.

Para cada situación hay un estándar que copiar, para cada situación hay una persona que tienes como referente con la que puedes modelar tu comportamiento.

Ya lo dijo Picasso, “Los grandes artistas copian, los genios roban”. Tú solo tienes que robar esos estándares durante el tiempo que lo necesites.

Y lo bueno de modelar es que no tienes que escoger a un referente para que te represente en todas las facetas de tu vida, ya que normalmente estas personas “cojean” en otras áreas de su vida también, si no que debes escoger lo mejor de cada referente en cada situación que necesites. Haces de ti un Frankenstein hecho solo de partes “buenas”.

Jim Rhon dijo que “somos el promedio de las 5 personas que nos rodean”, ¿Por qué no ser solo la persona que necesitemos en cada momento?