LA MAGIA DE LO SIMPLE

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Corría el año 2010, una versión más joven de mí estaba en la universidad y, mitad por cercanía y mitad por precio, en los descansos del mediodía siempre íbamos a comer a una pequeña tienda donde hacían bocadillos.

En hora punta aquello era la guerra, decenas de chavales buscando su bocadillo especial de pollo, apoyados en la barra con las manos estiradas como si de una horda de zombis se tratara.

Aquello me dio una idea. ¿Y si hacíamos un sistema en el que pudiéramos pedir el bocadillo con antelación y por orden de llegada?

Sonaba bien. Incluso podríamos “vender” la idea a todos los bares de alrededor que se llenaban con estudiantes justo a la hora de comer.

Pensé el sistema, una especie de formulario (recordamos que por esas fechas una app eran todavía palabras mayores) en el que se introducía nombre y email, el pedido y de vuelta se le contestaba con la hora en la que debía recogerlo, siempre dentro de los márgenes de los descansos.

Parecía buena idea, se liberó la idea para ver qué parecía a la gente. ¿Qué creéis que pensaron de esta manera de ahorrar tiempo los posibles consumidores?

Pues, sin tener yo ni idea, el dueño de la tiendecilla y muchos estudiantes, cada vez más, habían creado un sistema en el que los chavales enviaban un whatsapp con el pedido y el tendero contestaba con la hora de recogida según orden de llegada de los mensajes.

De esta manera él podía prever cuánto genero necesitaba y no se le colapsaba la tienda en esa hora.

¿Era mala mi idea? No. Pero la que acabó ganando era mucho más rápida y simple.

Una de las tareas más difíciles que se pueden realizar es la de simplificar procesos y, además, una de las menos valoradas vistas a posteriori.

¿Quién no ha visto un negocio, una idea, una APP y, en general, cualquier sistema que tenga éxito y ha pensado “Ya ves, eso se me podría haber ocurrido a mí”?

Ahí es donde radica la excelencia de la simplificación, en convertir un proceso funcional en algo tan simple que parezca que se le podría haber ocurrido a cualquiera, sí, incluso a ese que te hace un plan de negocios en una servilleta mojada apoyado en la barra del bar entre sorbo y sorbo de una birra.

Como digo, darse cuenta de la fuerza de la simplificación es absolutamente más fácil cuando se mira hacia atrás y se ve de donde venimos, y no tanto cuando nos encontramos de frente con un reto como el de simplificar algo que ya damos por hecho cómo es y cómo se ha estado haciendo hasta ahora.

Cuando se presentó el iPad muchos decían “Bah, es un iPhone grande con el que no puedes llamar” o el hecho de poder alquilar habitaciones o tu casa entera a desconocidos parecía poco menos que una locura y ahora los apartamentos turísticos se han convertido casi en el motor del sector turístico en miles de ciudades.

Son ideas tan simples que se les podían haber ocurrido a “cualquiera”, de hecho, existían servicios y productos similares anteriormente, pero la simplificación los llevó a la excelencia del producto y los lanzó al gran público.

LA LEY DE GALL

 

La Ley de Gall nos dice que todos los sistemas complejos derivan de uno simple. Para generar una idea, proceso o sistema complejo no puedes empezar de esta complejidad puesto que no funcionaría, debe partir siempre desde lo más simple.

En el mundo emprendedor se le llama un Producto Mínimo Viable o Minimun Viable Product, pero vale para cualquier sistema, y no es otra cosa que “cuál es la manera más simple y eficaz para resolver un problema”.

Google resuelve tu necesidad de buscar algo poniéndote una simple caja en la que escribes, le das a un botón y te devuelve unos resultados que pueden ajustarse a tu búsqueda. Tu problema ya esta resuelto.

Sin anuncios ni nada que desvíe tu foco.

Luego te ofrece todo un sinfín de productos de su suite de APPs, pero la simplicidad de su buscador es lo que le llevó a donde esta ahora mismo.

Simplificar es además una costumbre excelente para sacar de un sistema vicios ocultos que no vemos a simple vista y que pueden estar lastrando nuestro progreso.

Cuando iniciamos el proceso de simplificar algo necesitamos poner sobre la mesa todos los elementos implicados.

Cogemos algo complejo, los dividimos en pequeñas partes y las analizamos una por una para saber si son parte importante del sistema o son prescindibles.

Me gusta llamarle a este proceso la Jenga.

Como el famoso juego en el que debes ir quitando bloques sin que se caiga la torre, debemos ir quitando partes del sistema que son prescindibles, pero sin quitar esas otras que hacen que el mismo funcione.

Este análisis es muy sano y permite aligerar nuestro sistema de manera radical, sobretodo si lo hacemos de manera periódica.

Lo podemos usar para nuestra vida personal, viendo qué personas nos están sumando y cuáles nos restan o son prescindibles, o qué ropa usamos más y cuál podemos donar, cuáles de nuestros gastos son básicos y de cuáles podemos prescindir (suscripciones, generalmente).

En el mundo empresarial también es vital, de esta manera podremos saber qué servicio/producto funciona mejor, en cuál enfatizar y cuál desechar, comprender de qué manera podemos hacer nuestro sistema más eficaz y descubrir si sobra personal o si necesitamos concentrar nuestros esfuerzos en una sola área y delegar el resto, por ejemplo.

Además, simplificando procesos es mucho más fácil evitar fallos en el sistema.

En un engranaje donde existen mil piezas es más fácil que pueda haber un fallo que en uno donde las piezas sean muchas menos, además de poder localizar esos fallos de manera mucho más precisa y rápida.

Con un sistema simple también podrás explicarle a otra persona de manera más eficaz en qué consiste la idea o negocio y también será más fácil que alguien nuevo se integre en el proyecto puesto que la barrera de entrada que representa el aprendizaje de un sistema desde cero será mucho menor.

Así ocurre, por ejemplo, a la hora de escribir el código de un programa, cuanto más limpio y sencillo sea mejor lo podrá entender un programador externo, funcionará de una manera más ágil y más rápidamente se encontrará y solucionarán los fallos en el sistema.

De hecho, la simplificación es un arma tan poderosa que existe toda una filosofía alrededor suya llamada KISS (Keep it simple, stupid)

¿Cuánto podrías simplificar tu vida o emprendimiento sin que el resultado se viera comprometido?