⏱️CINCO MINUTITOS MÁS.

TIEMPO PROMEDIO DE LECTURA: 5 minutos

Es un día cualquiera, suena el despertador y nos devuelve a la realidad, nuestra mano, como un aspirador de esos que llaman inteligentes, palpa y rebota con todo lo que encuentra a su paso.

Toca el cabecero de la cama, luego la mesita de noche y finalmente encuentra el móvil y, en un acto de consciencia dentro del adormilamiento, pulsa ese botón que extiende nuestra felicidad 5 minutos más.

Posponer las cosas tiene muy mala prensa y, en ciertas ocasiones, tiene toda la lógica del mundo, por ejemplo, cuando nuestra salud esta en juego.

La televisión o la literatura nos invita a enfrentarnos con nuestras encrucijadas personales a la mayor brevedad, incluso antes de 5 segundos, porque se supone que cuanto antes comencemos a arreglarlo antes encontraremos una solución.

No dudo que esto no funcione, sobre todo porque a mí me ha funcionado en alguna ocasión, pero ni todos los obstáculos a los que nos podemos enfrentar son iguales, ni tampoco todas las personas somos capaces de enfrentarnos frente a frente con ellos en cualquier momento.

De hecho, muchos de esos problemas que pueden realmente tener un impacto pequeño en nuestro día a día se convierten en gigantes porque nuestra premura por solucionarlos los alimenta y los convierte en auténticas montañas imposibles de saltar.

Lo que era una pequeña piedra que nos molestaba en el zapato, por intentar solucionarlo a toda prisa, se convierte en una piedra colgando de nuestro tobillo que nos hunde hasta el fondo del río.

No, no tienes por qué solucionar todo ahora mismo, ni tampoco tienes que hacerlo porque te lo diga tal o cual persona, aunque lo haga desde el deseo de que tu vida sea mejor.

Hay problemas que necesitan de factores complementarios más allá de tu deseo de solucionarlos pronto, hay problemas que necesitan de mayor madurez, hay problemas demasiado grandes que necesitan que se resuelvan antes otros más pequeños, hay problemas que se resuelven solo cuando conoces a la persona adecuada o que simplemente necesitas dejarlos ahí, madurando solos, dejando que pase el tiempo hasta encontrar cuál es la clave para descifrarlos.

Esto me recuerda a una historia que leí hace poco en el libro “Las 48 leyes del poder”.

Había un sultán que había condenado a muerte a dos hombres por ladrones, los presos estaban frente a él para comunicarles su sentencia de muerte cuando uno de ellos lo interrumpió y le dijo:

-Amado sultán, sé que usted ama a sus caballos, por lo que quiero ofrecerle un trato.

El sultán, sorprendido, se calló y le preguntó qué quería ofrecerle.

-Le prometo que si no me mata enseñaré a su caballo favorito a volar antes de que pase un año, si después de ese año no he conseguido que vuele, usted podrá cumplir su sentencia de muerte conmigo.

El sultán, que era una persona muy curiosa, después de unos segundos en silencio, aceptó el trato del ladrón y mandó llevar al osado condenado a unos aposentos cerca de las caballerizas y dictó sentencia de muerte para el otro ladrón.

Cuando ambos eran llevados fuera de la sala del sultán, el ladrón condenado le dijo al indultado:

-¿Por qué le has mentido al sultán prometiéndole algo que no vas a poder hacer? Estás posponiendo lo inevitable

Y el otro ladrón contestó:

-Amigo, estás equivocado, me he dado cuatro oportunidades durante este año, la primera, el sultán podría morir durante el año, la segunda, podría morir yo y sería el mismo final, la tercera, el caballo podría morir y la cuarta, podría enseñarle a volar al caballo.

Con esta pequeña historia quiero decirte que posponer el enfrentamiento a algunos problemas que tengas que resolver no tiene por qué ser un desastre, habrá algunos que casi se resuelvan solos, otros en los que encontrarás un momento mejor para intervenir, o tengas herramientas que antes no tenías para atajarlos o, directamente, se hayan hecho tan pequeños de no alimentarlos que finalmente no te molesten.

Si no te sientes preparado para resolverlos, dale al botón de 5 minutos más.

Es un día cualquiera, suena el despertador y nos devuelve a la realidad, nuestra mano, como un aspirador de esos que llaman inteligentes, palpa y rebota con todo lo que encuentra a su paso.

Toca el cabecero de la cama, luego la mesita de noche y finalmente encuentra el móvil y, en un acto de consciencia dentro del adormilamiento, pulsa ese botón que extiende nuestra felicidad 5 minutos más.

Posponer las cosas tiene muy mala prensa y, en ciertas ocasiones, tiene toda la lógica del mundo, por ejemplo, cuando nuestra salud esta en juego.

La televisión o la literatura nos invita a enfrentarnos con nuestras encrucijadas personales a la mayor brevedad, incluso antes de 5 segundos, porque se supone que cuanto antes comencemos a arreglarlo antes encontraremos una solución.

No dudo que esto no funcione, sobre todo porque a mí me ha funcionado en alguna ocasión, pero ni todos los obstáculos a los que nos podemos enfrentar son iguales, ni tampoco todas las personas somos capaces de enfrentarnos frente a frente con ellos en cualquier momento.

De hecho, muchos de esos problemas que pueden realmente tener un impacto pequeño en nuestro día a día se convierten en gigantes porque nuestra premura por solucionarlos los alimenta y los convierte en auténticas montañas imposibles de saltar.

Lo que era una pequeña piedra que nos molestaba en el zapato, por intentar solucionarlo a toda prisa, se convierte en una piedra colgando de nuestro tobillo que nos hunde hasta el fondo del río.

No, no tienes por qué solucionar todo ahora mismo, ni tampoco tienes que hacerlo porque te lo diga tal o cual persona, aunque lo haga desde el deseo de que tu vida sea mejor.

Hay problemas que necesitan de factores complementarios más allá de tu deseo de solucionarlos pronto, hay problemas que necesitan de mayor madurez, hay problemas demasiado grandes que necesitan que se resuelvan antes otros más pequeños, hay problemas que se resuelven solo cuando conoces a la persona adecuada o que simplemente necesitas dejarlos ahí, madurando solos, dejando que pase el tiempo hasta encontrar cuál es la clave para descifrarlos.

Esto me recuerda a una historia que leí hace poco en el libro “Las 48 leyes del poder”.

Había un sultán que había condenado a muerte a dos hombres por ladrones, los presos estaban frente a él para comunicarles su sentencia de muerte cuando uno de ellos lo interrumpió y le dijo:

-Amado sultán, sé que usted ama a sus caballos, por lo que quiero ofrecerle un trato.

El sultán, sorprendido, se calló y le preguntó qué quería ofrecerle.

-Le prometo que si no me mata enseñaré a su caballo favorito a volar antes de que pase un año, si después de ese año no he conseguido que vuele, usted podrá cumplir su sentencia de muerte conmigo.

El sultán, que era una persona muy curiosa, después de unos segundos en silencio, aceptó el trato del ladrón y mandó llevar al osado condenado a unos aposentos cerca de las caballerizas y dictó sentencia de muerte para el otro ladrón.

Cuando ambos eran llevados fuera de la sala del sultán, el ladrón condenado le dijo al indultado:

-¿Por qué le has mentido al sultán prometiéndole algo que no vas a poder hacer? Estás posponiendo lo inevitable

Y el otro ladrón contestó:

-Amigo, estás equivocado, me he dado cuatro oportunidades durante este año, la primera, el sultán podría morir durante el año, la segunda, podría morir yo y sería el mismo final, la tercera, el caballo podría morir y la cuarta, podría enseñarle a volar al caballo.

Con esta pequeña historia quiero decirte que posponer el enfrentamiento a algunos problemas que tengas que resolver no tiene por qué ser un desastre, habrá algunos que casi se resuelvan solos, otros en los que encontrarás un momento mejor para intervenir, o tengas herramientas que antes no tenías para atajarlos o, directamente, se hayan hecho tan pequeños de no alimentarlos que finalmente no te molesten.

Si no te sientes preparado para resolverlos, dale al botón de 5 minutos más.